miércoles, 29 de septiembre de 2010

Y volver, volver, volver...

Se llego la hora de volver, ya me queda sólo un mes en este lado del mundo y nuevamente volvere al lado que me gusta, al que prefiero, en el que me siento cómoda, con el que sueño cuando estoy despierta.  No veo la hora de estar en mi ciudad preferida en el mundo que es Bogotá. Yo se que es un poco caótica y que en las dos últimas alcaldías han desbaratado casi todo de lo que hicieron Mockus y Peñalosa (yo lo se), pero extraño los trancones conversando con el taxista, o con el compañero de silla del bus, extraño los huecos que me hacen dar rabia, extraño saber la palabra justa para cada cosa, extraño hablar en mi idioma, con mi acento que no molesta.  Extraño el olor de la comida (más que la comida misma), extraño las recetas que mi mamá me da (aunque ella sabe que allá no las pongo en práctica), extraño poder llamar a mis amigos sólo para saludar, sin razón particular.  Extraño ir al centro comercial sólo por qué sí. Pero entre lo que más extraño es trabajar con mi gente, que es igual a mí (que no se siente ni superior, ni inferior), que me dicen lo que sienten sin dureza, con cariño, mirándome a los ojos, con la seguridad de que yo voy a entender. Extraño sentirme entre los míos, que no me miran ni con miedo, ni con rabia, ni con incertidumbre... que bueno es regresar, que bueno es tener a donde regresar, que bueno no tener miedo de regresar, que bueno que no me importa el qué dirán cuando regrese (o tal vez si me importa, pero sólo un poco).

viernes, 10 de septiembre de 2010

El gobierno paga cursos de francés

Cuando llegué a Francia no hablaba nada de francés, ni una palabra. Era la segunda vez en mi vida que llegaba a un país desconocido sin hablar el idioma (la primera vez fue Inglaterra). Pero esta vez yo pensé desde mi ingenuidad que con hablar español e inglés las cosas podrían marchar. Desde el principio encontré sorpresas: la primera, en el aeropuerto donde traté de comprar una tarjeta de llamada y la vendedora estaba furiosa porque yo le hablaba en inglés y no en francés ("es horrible que alguien que venga a Francia no hable francés, decía con rabia). A partir de allí las cosas no cambiaron mucho y cada día la vida se hacía pesada por intentar comunicarme en inglés. Sólo un día en el que hablé español las cosas cambiaron un poco y las personas empezaron a ser un poco más amables. Allí empecé a pensar que tal vez los franceses se sienten inferiores a los ingleses y superiores a los españoles, por eso no aceptan una lengua y prefieren la otra.

Pero bueno, aquí el tema es que para tener mi primer permiso de residencia en Francia me hicieron un examen de francés, que por supuesto no pasé porque no sabía nada de nada. En la Prefectura me dijeron que por un año yo debía ir a estudiar francés a un curso pagado por el gobierno. Yo expliqué que ya estaba inscrita en la Universidad y que no era necesario que el gobierno me pagara el curso, porque de hecho yo ya tenía mi inscripción y horario y no me parecía muy conveniente mezclar dos metodología (por supuesto esta reunión fue con traductora a bordo). La respuesta fue que el curso era obligatorio y que yo debía ir. Que ellos me enviarían la información por correo. Yo no muy contenta con la respuesta acepté y me fui.

Un mes después, cuando yo ya había estudiado cuatro semanas de francés, me llegó la convocatoria y yo fui a presentar el examen de nivelación. Mis compañeros el día del examen eran refugiados políticos y ex indocumentados que habían tenido acceso a la legalización. Eran personas que llevaban entre 10 y 20 años en Francia pero que a causa de los duros trabajos: limpiando las calles, lavando platos, limpiando casas o cocinando no habían tenido tiempo para aprender francés. Yo pensé que entonces el curso iba a ser de excelente calidad y que el gobierno era maravilloso al ofrecer esta oportunidad a personas que de verdad iban a aprovechar este tiempo de estudio, me decía esto para no deprimirme por la historias duras y las caras tristes y fatigadas.

Las cosas fueron cambiando porque cuando llegué a la primer clase, la cita era en un edificio oscuro, viejo, sucio, con olor a orines en las escaleras de la entrada. Los salones eran pequeños, pero iluminados. De pronto llegó la profesora una dama como de 50 años, con serios problemas de pronunciación y de comunicación. Lo primero que hizo fue perder una de las tres horas explicando la importancia de firmar la lista, luego nos dio una hora para hacer un ejercicio que se hace en 5 minutos y luego una hora para corregirlo, repetía las mismas cosas, no avanzaba, no se concentraba.. Yo sólo quería salir porque sentía como perdíamos nuestras horas. Creo que en mi cara se notaba la angustia por estar allí pérdida en una clase sin metodología, sin rumbo, sin razón.

La siguiente semana yo volví y la profesora me dijo sin más que no me recibiría en su clase, que yo estaba en otro nivel (pero no me ofreció opción de cambio u otro profesor). Sólo me dijo que en su clase no me recibía más, yo no podía aceptar eso porque ya me habían dicho que era obligatorio. Ella estaba bastante molesta porque yo le insistía que yo debía estar en su clase, que era obligatorio, que me habían enviado allí. Ella de ninguna forma aceptó. Así que busqué a otro profesor que me dejo entrar a su clase por ese día y además escribió una carta a la prefectura diciendo que él podría recibirme.

Yo la verdad no quería seguir perdiendo mi tiempo. Así que preparé un discurso para ir a la prefectura y explicar la mala calidad del curso, el mal estado del inmueble, el bajo nivel de los profesores. Mis compañeros de la Sorbona me ayudaron a ensayar lo que tenía que decir. En la prefectura se quedaron impresionados por el excelente francés (producto de horas de preparación) y además me dijeron que era la primera vez que alguien se quejaba por los cursos, que en general siempre funcionaban muy bien, pero que iban a estudiar mi caso y que me llamarían en una semana para decirme el paso a seguir. Yo propuse volver (porque, pensé, entender por teléfono y sin ensayo previo me iba a ser muy difícil). Ellos no aceptaron que volviera y una semana después sonó el teléfono para decirme que no debía volver al curso de francés pero que debía comprometerme a seguir estudiando. Yo dije que sí que me comprometía y di las gracias. Hubiera querido decir muchas cosas más pero, en realidad había sido un milagro entender lo que me decían, así que lo mejor fue sólo decir gracias y colgar.